¿Hacia un nuevo modelo de universidad?
Raúl Urzúa
Departamento de Políticas Públicas
La producción y difusión
de conocimientos mediante la investigación, la docencia y las
actividades de extensión ha sido y sigue siendo la principal
función de las universidades, pero la forma como se cumple esa
función ha estado y está inevitablemente afectada por
las características de las sociedades en las cuales ellas están
insertas. Actualmente y sin negar las diferencias nacionales, el contexto
social de las universidades muestra la predominancia de un sistema económico,
cultural-comunicacional y político caracterizado, entre otras
cosas, por la universalización de la producción y los
mercados; la transferencia de facto a agencias internacionales de decisiones
económicas tan fundamentales como la política monetaria;
la difusión de pautas culturales comunes, pero también
la resurrección de nacionalismos y conflictos culturales y sociales;
la emergencia de la información y el conocimiento como la principal
fuente de productividad, desarrollo personal y social y, en definitiva,
de poder, etc.
Muchos piensan que esos cambios ofrecen
una real posibilidad de una vida mejor para todos. Por desgracia, no
es eso lo que muestra la realidad: no sólo no se ha modificado
la tendencia a hacer cada vez más grandes las desigualdades intra
e inter países sino que algunas de ellas crecen ahora más
rápidamente.
Nadie puede, sin caer en la ingenuidad,
creer que será posible modificar de manera significativa los
efectos negativos de la globalización en el corto plazo o que
los cambios necesarios van a ser introducidos espontáneamente
por quienes son ahora los principales favorecidos por ella. Tampoco
parece realista pensar que un aislamiento voluntario de los menos favorecidos
va a mejorar su suerte, o que él será permitido si daña
los intereses de los más favorecidos.
Si en algo hay consenso entre los
partidarios y los detractores de la globalización es en que ahora
y en el futuro la sustentabilidad del desarrollo económico, social
y político está y estará basada en la información
y el conocimiento. Si esto es así, alcanzar mayores niveles de
producción y asimilación de conocimientos en países
como los nuestros pasa a ser una condición necesaria para revertir
la tendencia actual hacia un aumento de las desigualdades y alcanzar
niveles aceptables de desarrollo para todos. Para esto, la educación
básica y media universal es un requisito sine qua non generalmente
aceptado, pero también lo es cada vez más contar con una
educación superior capaz de cumplir en el actual contexto nacional
e internacional su función de producir, asimilar y difundir conocimiento.
El mundo industrializado está
viviendo un proceso de diversificación de las instituciones productoras
de conocimiento. Ese proceso está llevando a que, si bien las
universidades siguen siendo importantes productoras del mismo, esa responsabilidad
sea ahora compartida con centros de investigación y laboratorios
ligados a empresas. Esa no es la situación general en América
Latina. Aquí la universidad es todavía el principal actor
en la producción de conocimiento. En Chile y América Latina,
sin desconocer la necesidad de introducir a nuevos actores en el proceso
de producción de conocimiento, desde distintos ángulos
y perspectivas surge la inquietud por la relevancia social de la docencia
y la investigación universitaria, medida esta por su capacidad
para reorientar ambas hacia un desarrollo económico, social,
ambiental y político sustentable. La pregunta que cabe hacerse
es si las tendencias de la modernización universitaria en las
universidades complejas o de investigación, como lo son la Universidad
de Chile y otras pocas más en nuestro país, contribuyen
o no a hacerlas más relevantes.
Si se examinan los procesos recientes
de modernización universitaria en nuestra región saltan
a la vista cambios importantes ligados directamente con el desarrollo
de la investigación y la docencia en temas científico-tecnológicos
en ellas. Uno de esos cambios es el reemplazo del énfasis en
las humanidades por la importancia que se da a las carreras tecnológicas.
A él hay que agregar que la formación en las carreras
más tradicionales está siendo reorientada a un mercado
de trabajo que requiere al mismo tiempo más especialización
y mayor flexibilidad para adaptarse a cambios en el mercado y en las
relaciones de trabajo.
Paralelamente a esos cambios, la
organización interna de las actividades académicas se
ha modificado. Si bien las facultades y las escuelas profesionales siguen
siendo pilares de ellas, cada vez más se reconoce al departamento
disciplinario como el núcleo central de la actividad académica,
y muy en especial, de la investigación científica. A su
vez, la actividad investigativa tiende ahora a ser responsabilidad de
profesores contratados a jornada completa o media jornada, a los cuales
la universidad paga un sueldo, pero que deben obtener sus recursos para
investigar presentando sus proyectos a concursos públicos para
ser evaluados por jurados independientes, o negociando con fundaciones
internacionales o nacionales el financiamiento de proyectos sobre temas
acordados por ambas partes.
Parte integrante del nuevo esquema
de funcionamiento es que la evaluación de los profesores depende
ahora, en primer lugar, de las investigaciones que realicen y las publicaciones
que tengan en revistas especializadas internacionales "indexadas";
secundariamente, de las tesis de doctorado o al menos de magister que
hayan dirigido y en tercer lugar la calidad de su docencia. En la mayor
parte de las universidades de investigación la evaluación
académica de los profesores y, por consiguiente, su posibilidad
de ascenso en la jerarquía académica, no considera como
antecedente valioso el aporte que el profesor haya hecho a la anticipación
o resolución de problemas sociales de importancia; igualmente,
pocas veces se valora su contribución a la aplicación
práctica de los resultados de las investigaciones científicas
mediante las asesorías a organismos externos, públicos
o privados.
La consecuencia de la aplicación
del principio "publish or perish" es que para aumentar la
probabilidad de que sus trabajos sean publicados, los investigadores
prefieren elegir sus temas de investigación según la importancia
que les atribuyen sus colegas de los países desarrollados o las
fundaciones donantes, más que por la pertinencia que tengan para
el país. Como reconoció públicamente un ex Decano
de nuestra Universidad, "si queremos ser promovidos, tenemos que
sacrificar la relevancia".
Las demandas por mayor investigación,
planteadas implícita o explícitamente por los desafíos
y problemas del desarrollo en un mundo globalizado, estimulan la dedicación
a la investigación en una sociedad que se define a sí
misma como sociedad del conocimiento. Esa auto definición ha
servido para que la investigación científica sea considerada
una actividad socialmente legítima por las élites políticas
y los profesionales, así como para que aumente la demanda ciudadana
por información.
Esa demanda se expresa concretamente
en peticiones de consultorías y asesorías a las universidades
o a sus profesores, por parte del estado, del sector privado o de organizaciones
de la sociedad civil. Muchas veces, pero no siempre, la petición
es por soluciones concretas a problemas que es necesario enfrentar de
inmediato. Sin embargo, no son esos los únicos problemas para
cuya solución se espera una contribución universitaria.
Tanto el gobierno como la ciudadanía no son indiferentes a problemas
de largo plazo relacionados con su futuro y el de sus hijos, miran a
la universidad (en especial a las universidades complejas) en búsqueda
de respuesta a sus inquietudes y se sienten frustrados cuando ella no
llega.
Los problemas y desafíos cuya
resolución es demandada no respetan las fronteras de las disciplinas.
De allí que uno de los principales problemas substantivos y organizativos
que enfrentan nuestras universidades es como armonizar la especialización
disciplinaria, orientadas hacia el mundo académico, con la búsqueda
multidisciplinaria de respuesta a problemas definidos socialmente como
relevantes. La necesidad de combinar la investigación y la formación
disciplinaria con la relevancia para políticas y la visión
prospectiva que sirva para enmendar rumbos, cuando ella aparezca necesaria
para asegurar un desarrollo que llegue a todos, está afectando
la tradicional organización institucional por disciplinas. Al
mismo tiempo, están exigiendo que los sistemas de incentivos
académicos incluyan no sólo la producción científica
sino también el compromiso universitario con la solución
de problemas y la contribución crítica de la universidad
a un mejor entendimiento del futuro a partir del análisis comprehensivo
del presente.
La creación de institutos
interdisciplinarios y de centros de investigación aplicada en
el seno de las facultades es una respuesta de la universidad a esa demanda.
Sin embargo, esta respuesta institucional no ha ido acompañada
de una modificación del sistema de recompensas y promociones
que rige de manera uniforme para todas las unidades académicas.
Estas continúan siendo vistas como marginales por académicos
acostumbrados a identificar academia con disciplina.
Con excepción de los miembros
de instituciones interdisciplinarias que han adquirido prestigio en
un campo disciplinario específico, quienes han preferido dar
prioridad a la resolución de problemas por sobre la redacción
de artículos para revistas especializadas encuentran serios obstáculos
para pasar más allá de la categoría de profesor
asistente.
El fortalecimiento de la investigación
interdisciplinaria y, en particular, de la investigación aplicada
a la solución de problemas, exige flexibilizar el actual sistema
de recompensas académicas y dar cabida a estructuras y carreras
académicas más flexibles.
En suma, la contribución más
plena de nuestras universidades a superar las desigualdades que acompañan
al proceso actual de globalización requiere abrirlas no sólo
al mundo científico sino también a la utilización
de los conocimientos científicos y la reflexión académica
por la ciudadanía de nuestros países. Se trata de una
nueva modernización hacia un modelo distinto de universidad al
que ahora se define como moderno, nuevo modelo en el cual la universidad
alimenta su investigación y su docencia no sólo creando
redes con el sistema científico mundial sino también saliendo
de los campuses para abrirse a la sociedad y dialogar con ella para
transmitir y recibir conocimiento e información.