El conflicto no es malo ni bueno
en sí mismo, sino el problema consiste en los efectos de éste
a partir de su tratamiento. Según el profesor Sergio Salinas
del Departamento de Ciencia Política, ahí reside la mayor
importancia de la presencia de los conflictos en la convivencia humana.
En los últimos 30 años se ha desarrollado
en occidente un ámbito de tratamiento de los conflictos más
o menos especializado que se denomina de diversas formas: "manejo/resolución/transformación/
de conflictos". Este campo de estudio, vinculado con la investigación
para la paz, tiene como una de sus características básicas
su interdisciplinariedad. Como señala Johan Galtung: "ha
servido de lugar de encuentro de las disciplinas de las ciencias sociales
y participa en una interacción con varias de ellas, siempre orientado
hacia los problemas".
La premisa fundamental de este campo es que el conflicto,
correctamente tratado, es un elemento constructivo de la dinámica
social. Lo que hay que eliminar son los efectos de su evolución
destructiva a través de la aplicación de nuevas formas
de enfrentarlo. No sería entonces el conflicto por naturaleza,
un elemento negativo de nuestras relaciones, ni siquiera sería
uno bueno. La adquisición de una u otra calificación vendría
de la forma como es "manejado" y "resuelto". Desde
esta perspectiva el error histórico ha sido el mal manejo del
conflicto, no su mera existencia.
El problema realmente se presenta debido a la no-resolución de
los conflictos: allí es donde generalmente se originan los verdaderos
daños económicos y sociales. Los costos de la no-resolución
de conflictos suelen conducir a un sinnúmero de costos que, de
acuerdo con el nivel organizacional donde se presentan, van desde la
reposición de productos que no satisfacen al cliente hasta la
pérdida de apoyo político para un gobierno, o climas de
ingobernabilidad e inestabilidad política.
Para sociedades en las que la gobernabilidad se presenta
débil, donde hay desequilibrios profundos de poder político
entre gobernantes y gobernados, el orden de la realidad se puede ver
como estático. El conflicto se mantiene latente en cuanto las
reivindicaciones de las personas permanecen opacadas por algún
tipo de represión o inequidad política. Dada la situación
en la que los conflictos no llegan siquiera a emerger, por cuanto son
terminados aún antes de que ocurran verdaderamente, se puede
leer que el apaciguamiento resulta tanto de la asimetría entre
los distintos actores como de las estrategias represivas para solucionar
las disputas.
Tanto la confrontación (el conflicto manifiesto),
como el momento de la negociación pertenecen a la etapa de la
inestabilidad en el ciclo de vida del conflicto. Pero entre una y otra
ocurre una definición y una re-definición de los equilibrios
políticos de las partes involucradas en una disputa. La correlación
de fuerzas, un cálculo posible gracias a la determinación
de la base potencial de las partes mencionada más arriba, conlleva
una conciencia sobre el poder de cada participante en la contienda.
De manera que la llegada a la negociación implica
al menos un esfuerzo por equilibrar los poderes de las partes contendientes.
Este equilibrio, sin duda, sería más posible mientras
más participativo fuese el espacio político en el que
se desarrolla, esto es, mientras más democrático fuere.
En relación a los macroconflictos -incluso los
violentos- que tienen lugar en el mundo en nuestros días, se
puede apreciar que no son confrontaciones entre estados, como ocurría
en tiempos pasados, sino que éstos tienen lugar dentro de los
estados. Muchos de estos conflictos están inseparablemente unidos
a los conceptos de identidad, nación y nacionalismo, estando
a su vez, muchos de ellos indefectiblemente entroncados con la lucha
por los recursos, por el reconocimiento y por el poder. Además,
las víctimas son en su mayoría civiles a diferencia de
conflictos bélicos anteriores como la Primera Guerra Mundial.
Por otra parte, en América Latina -y en Chile en particular-
se aprecia una cierta falta de asesoramiento práctico para los
gobernantes sobre el diseño y establecimiento de mecanismos democráticos
que permitan manejar los conflictos y mantener una adecuada estabilidad
y gobernabilidad democrática. El conflicto, por sí mismo,
forma parte de cualquier sociedad sana, sin embargo gran parte de la
atención se ha centrado en evitar los conflictos y no en su prevención
y el hallazgo de métodos pacíficos de manejo de los mismos.
Cabe recordar que la democracia proporciona los principios
básicos para la construcción de acuerdos efectivos y duraderos
para los conflictos internos (sean de la dimensión que sean).
Para esto, resulta vital apartarse de la idea de resolución del
conflicto y orientarse hacia su manejo. Demás está decir
que el proceso por medio del cual las partes llegan a un acuerdo tiene
un impacto significativo en la calidad del mismo y que se debe prestar
atención a todos los aspectos del proceso de negociación
con el objeto de llegar a acuerdos duraderos. Para esto resulta vital
un diseño de manejo de conflictos que contemple etapas consecutivas:
análisis de conflictos y diseños de procesos de negociación.
En primer lugar, resulta necesario analizar los conflictos
mismos llegando a una comprensión descriptiva de sus problemáticas,
sus fundamentos, sus protagonistas, sus dinámicas, su historia,
sus orígenes y sus fases. Pero el análisis de conflictos
no se debe detener una vez iniciada las negociaciones sino que tiene
un rol clave en el proceso post-conflicto (análisis de resultados
y perdurabilidad de los acuerdos) en una dinámica cíclica
de prevención de nuevos conflictos.