AÑO II - Nº3, SEPTIEMBRE 2003
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ISSN 0718-123X   

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EDITORIAL
 

INTERÉS PÚBLICO

La Escuela de Postgrado al Día.
Aldo Meneses

¿Resolución o manejo de conflictos en Chile?
Sergio Salinas

Definir metas de desarrollo, un ejercicio saludable.
Cecilia Montero

 

OPINIÓN

Recomendaciones para el fortalecimiento de la Política Pública de Descentralización en Chile - Pablo Monje.

 
AGENDA

Escuela de Formación Cívica para Líderes Secundarios

Comienzan Pasantías de la Didacteca Internacional en Administración Pública

Policía Comunitaria y Reforma Policial en América Latina

Parlamentarios mexicanos se capacitan en el INAP

Director del INAP advierte sobre efectos negativos de la globalización en el empleo

Director de la Asociación Norteamericana de Ciencia Política Visitó el INAP

Nuevo Libro del Profesor Luis Oro

El Papel del Estado en la Administración y Financiamiento de las Universidades

 

NUMEROS ANTERIORES

 

Definir metas de desarrollo, un ejercicio saludable

Cecilia Montero
Departamento de Políticas Públicas

Cecilia Montero, Directora del Departamento de Políticas Públicas del INAP, destaca que definir Metas de Desarrollo constituye una forma distinta de planificación, que implica una mirada crítica y retrospectiva de nuestro proceso de desarrollo como país.

¿Cómo será Chile al 2015?

La respuesta depende de las decisiones que tomemos, como país, desde ahora. Este es el ejercicio en el que se encuentra trabajando Naciones Unidas con el conjunto de 147 países, entre ellos Chile, que suscribieron la Declaración del Milenio y que consiste en definir cuáles serán las Metas de Desarrollo al año 2015 . La propuesta es sencilla, a primera vista, ya que se formulan un conjunto limitado de objetivos a alcanzar para que el mayor número de países se movilice para erradicar el hambre, reducir la pobreza, disminuir la mortalidad infantil, detener la propagación del SIDA, entregar educación básica universal, mejorar la calidad de vida de los tugurios y preservar los recursos naturales. Cada país deberá adecuar los objetivos a su realidad, establecer donde está el esfuerzo a realizar y definir sus metas, proceso que implica una movilización nacional que desemboque en una suerte de informe-país fruto del consenso entre actores públicos, privados y de la sociedad civil.

El ejercicio resulta saludable para Chile pues llega en el momento en que el país está apenas tomando conciencia de que está en una transición hacia una sociedad más adulta, con nuevas necesidades sociales, que requiere de un vuelco mayor en la forma de enfrentar el desarrollo. Podría decirse que desde mediados de los 80 el desarrollo del país se orientó hacia afuera y que al comenzar el milenio la mirada es más hacia adentro, hacia qué tipo de sociedad somos y podemos ser.

Del énfasis en lo económico (inserción externa y competitividad) se pasó a la recuperación política y social (democratización e inversión social), para desembocar en una fase de perplejidad e incertidumbre. Los enfoques tradicionales no están teniendo los efectos esperados: existe todavía un núcleo duro de extrema pobreza, tenemos resultados insuficientes en salud y educación, no se ha logrado detener el deterioro del medio ambiente, mientras aumenta la delincuencia y se degrada la calidad de vida en las ciudades. La ciudadanía sigue mirando hacia arriba, hacia el Estado en busca de las soluciones a sus problemas al tiempo en que aumenta la sensación de que nada cambiará. ¿No será que no tenemos todavía las categorías para pensar esta transición, este medio camino entre el subdesarrollo y el desarrollo? Una transición que nos llevará necesariamente, a asumir que no le corresponde sólo al Estado dar respuesta a los problemas sociales, que los privados y la empresa debemos invertir para tener una educación de calidad, que somos todos responsables del deterioro del medio ambiente.

La tarea de definir Metas de Desarrollo es un ejercicio, distinto al de las antiguas planificaciones, que lleva a colocar en perspectiva histórica los logros y falencias de nuestro desarrollo reciente. El sólo hecho de proyectarse al 2015 obliga a relativizar, a establecer prioridades y sobretodo a dejar de mirar el país como una unidad homogénea que evoluciona al mismo ritmo.

Asumir la transición socio-demográfica: los indicadores socio-demográficos y las cifras comparativas de los censos de 1992 y 2002 son suficientemente elocuentes como para convencernos de que el país ha cambiado: la población es más adulta, hay menos niños menores de 5 años, la gente vive mayoritariamente en zonas urbanas.

Pero no sólo lo la demografía es responsable de los cambios, también lo es la inversión social que se viene realizando en forma sostenida y a la cual se puede atribuir el nuevo perfil social y epidemiológico de la población. El número de pobres e indigentes se ha reducido pero seguimos teniendo un sector de la población altamente vulnerable a la exclusión social. Nuestra pobreza relativa se expresa como una fuerte desigualdad social que ninguna política social ha logrado reducir.

A su vez, nuestros problemas de salud no son la desnutrición infantil, la mortalidad materna, la tuberculosis o las enfermedades infecciosas sino, justamente, los males que vienen con el desarrollo: la obesidad, la diabetes, los accidentes cardiovasculares y las enfermedades sicológicas. En otras palabras tenemos que cambiar la mirada y considerarnos como un país que vive una transición demográfica y epidemiológica.

Reconocer la diversidad: las mediciones estadísticas apuntan a cuantificar la distribución de ciertos atributos y son eficaces para dimensionar los órdenes de magnitud de los problemas. Pero no reflejan sino en forma fragmentaria el hecho de que una nación está compuesta de comunidades muy diversas. En la base de los actuales problemas sociales de Chile está el desigual acceso a los recursos de los segmentos de población, de los territorios, de los grupos vulnerables. La pobreza afecta con más crudeza a aquellos que acumulan ciertos atributos: pueblos indígenas, mujeres, habitantes de zonas rurales o del secano costero. No podemos proyectarnos a futuro si no nos reconocemos en esta diversidad y nos hacemos cargo de la desigual distribución de oportunidades entre las diferentes comunidades que conforman la Nación.

Modelos de desarrollo dispares: Otro riesgo que encierra el manejo exclusivo de estadísticas globales, particularmente si son positivas, es desconocer que el modelo que ha probado ser exitoso para el conjunto del país durante un cierto período de años, puede no serlo para todos los territorios que lo componen. Esto salta a la vista cuando se examinan los indicadores medio ambientales. Tomemos por ejemplo el recurso hídrico. Chile no tiene globalmente problemas de disponibilidad de agua pero existen grandes disparidades en el acceso a la misma: si en todo Chile se consumen 1000 m3/s por habitante en la zona Norte esta cifra es inferior a 500 m3/s sin contar las enormes diferencias en el precio que paga el consumidor .

Desde el punto de vista del desarrollo regional el recurso hídrico sirve como revelador de los diferentes modelos de desarrollo implícitos en las estructuras productivas regionales. Postular la preservación de la biodiversidad en el Norte (aguas subterráneas, vegas y bofedales) resulta incompatible con el uso del recurso hídrico por la actividad minera que es la que da empleo en la región. En cambio en la IV región es a la inversa: la actividad agrícola de exportación está en condiciones de desplazar a la minería a condición de preservar el recurso agua para los regantes.

Definir metas de desarrollo para el país puede ser la oportunidad de consolidar logros, asumir los rezagos, identificar zonas y comunidades a las que no ha llegado la modernidad y darle a las regiones la oportunidad de definir cuáles son sus prioridades en materia social y medio ambiental. Esto no significa que abandonemos los objetivos nacionales. Existe en el país suficiente experiencia, suficiente inteligencia en materia de políticas públicas. Estamos en condiciones de incorporar los aprendizajes y lecciones surgidas durante los años 90 y de comprometernos a saldar la nueva deuda social que hemos generado en democracia. No lo podremos hacer si no atacamos la reproducción de la pobreza que genera la segregación espacial en las ciudades, el desigual acceso a los servicios básicos, el centralismo y la ausencia de participación ciudadana. Estas son algunas de nuestras tareas pendientes.

 

 

AGENDA PÚBLICA / AÑO II– N° 3 - Septiembre 2003

®Agenda Pública, Preparada por el Departamento de Gobierno y Gestión Pública
del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.