Una campaña presidencial en forma requiere generar
nuevas ideas y afrontar los efectos que ellas produzcan, asumiendo que
el primero y más directo – el efecto de “persuasión”-
no es más que la adopción de una nueva teoría por
quienes están trabajando el tema. Un segundo efecto es el de
“reclutamiento”, que atrae a algunos de los miembros más
inteligentes, enérgicos y dedicados de su generación.
Ahora bien, cuando el efecto de reclutamiento invade el de persuasión
se produce un problema. Para evitar lo anterior, los nuevos teóricos
han generado ideas muy diferentes a aquellas que los sedujeron inicialmente
(Hirschman, Albert. 1996)
¿Cómo reclutar a esta intelectualidad,
especialmente a la juvenil?. Tal vez éste sea uno de los mayores
desafíos que enfrentará una futura campaña presidencial.
Una mirada preliminar parecer ser más bien pesimista. En un marco
ideológico dominado por el neoliberalismo, los partidos, que
tenían una plataforma programática y planteaban sus estrategias
y respuestas frente a los dilemas sociales y económicos, dejaron
de funcionar frente a la crisis de los ’80. Estos cambios objetivos
disminuyeron la confianza de los actores y las personas, generando en
estos últimos una desconfianza que se traduce en un repliegue
hacia "nichos personales" o minicolectivos afectando a la
sociedad, la democracia y la economía (Lechner, Norbert 1992.
Paramio, Ludolfo. 1996). En palabras de Beck, se transitó desde
la “solidaridad de las necesidades”, que requería
de instituciones que se hicieran cargo de apoyar a los individuos, a
la “solidaridad del miedo”, que no tiene instituciones muy
definidas para protegerlos (Huneeus, Carlos 1998).
El malestar que va surgiendo es un fenómeno que
se expresa en una falta de alternativas. Esto se refleja, a su vez,
en la erosión de los mapas cognitivos, generando y acentuando
la distancia entre lo político, la experiencia cotidiana del
ciudadano de a pie, y la política institucionalizada. No implica
una protesta activa; representa, más bien, la reacción
frente a una realidad que aparece ininteligible y sustraída a
la voluntad de los ciudadanos. Hay una disonancia entre esa percepción
de la realidad social y lo que se espera de la política, pero
las cosas simplemente acontecen y en ausencia de claves interpretativas
que permiten verbalizar la incongruencia, sólo queda un malestar
vago y mudo (Lechner, Norbert. 1993) y una angustia por el presente
y el futuro" (Tironi, Eugenio. 1998).
Si en paralelo a esto se aborda el problema del liderazgo,
la crisis de representatividad y el descrédito que enfrentan
los políticos, el fortalecimiento del primero podría disminuir
si la calidad de representación fuese tenida en cuenta. En este
sentido, la capacidad de los partidos como mecanismos de selección
del liderazgo es clave para mejorar el funcionamiento de la democracia
(Jackisch, Carlota. 1997).
Precisamente éste es el centro de nuestro artículo.
La elite que existe hoy en los partidos de la Concertación puede
ser un obstáculo para “persuadir” y “reclutar”.
En efecto, vemos a los dirigentes políticos, y muy especialmente
a los parlamentarios, que tienden a ocupar casi la totalidad del espacio
público destinado a los problemas de país, lo que se explica
en buena parte por la tendencia a funcionar como un sistema político
en sí mismo; esto es, pueden ser al mismo tiempo oficialismo
y oposición.
Existe la secreta sospecha de que quienes generaron el
reclutamiento de las nuevas elites en el primer gobierno de Aylwin,
que en una primera etapa parecieron surgir de los partidos y en una
segunda eran independientes, con un sentimiento de simpatía por
algún partido y que se presentaban más bien como técnicos,
están de vuelta. En esta línea de análisis, es
posible señalar que los mismos hombres y las mismas estructuras
que a fines de los ochenta y en la década de los noventa sostuvieron
la transición desde la Concertación y especialmente desde
el gobierno y el parlamento, hoy se postulan como imprescindibles para
la viabilidad de un nuevo proyecto de Concertación y, mejor aún,
de país.
Si bien proponen un debate de ideas, ello no apunta al
tema central de estas elites. Sus liderazgos al interior de los partidos
y de la coalición no se consolidarán como resultado del
debate de ideas, sino por su capacidad para sobrevivir en la lucha de
poder por reproducirse en las posiciones claves de la campaña
presidencial y en las posiciones claves de un eventual cuarto gobierno
de la Concertación.
No obstante, si se asume la necesidad de un efecto de
“reclutamiento” es posible pensar que vendrán nuevos
tiempos. Pero –y siempre se enfrentará el pero-, el pays
réel nos muestra una mezcla de simplismo y cinismo a la hora
de seleccionar las nuevas elites, ya que, más allá de
las características mencionadas, al explicar los porqué,
queda más de alguna sensación de que la amistad generacional,
grupal y aquella invisible de los poderes fácticos fue más
fuerte. En otros términos, a veces queda la sensación
de que existe un club de militantes que se saluda, premia y celebra
mutuamente, la mayor de las veces más en privado que en público.
Es obvio que la influencia política que ejercen
las elites está desproporcionada. Han diseñado el marco
legal y ejercen políticas en su propio beneficio, lo que algunos
han llamado Political Cronysm (“Amiguismo Político”),
fomentando la persistencia de una mayor desigualdad entre algunos y
el todo (Sokoloff, Kenneth L. 2003).
La influencia política que pudiera llegar a tener
Michelle Bachelet no está basada en su liderazgo político
ni en poseer una visión nacional de los problemas; el primero
está por construirse y el segundo aún no lo conocemos.
Hoy su influencia está basada en intangibles, como una cierta
“imagen de pureza” y simpatía a toda prueba, espacios
imaginarios donde los “otros” tienen la posibilidad de ser
considerados.
Y es obvio preguntarse: ¿Qué sociedad
moderna "patriarcal o no" niega la primacía de una
candidatura a una mujer si lo merece?. Aunque opinable, es difícil
imaginar una mujer que ejerza liderazgo político, que no reciba
con aprehensión un privilegio electoral bajo la única
condición de ser mujer.
De hecho esta candidatura permite romper una constante
etnocéntrica en Ciencias Sociales: cada uno habla de lo suyo.
Así los ensayos sobre la mujer los escriben las mujeres.
Al quebrar esta constante, la secreta esperanza de renovar
las elites puede tener en la Campaña de Michelle Bachelet una
“oportunidad histórica”. En ella está la opción
de “persuadir” y “reclutar”, promoviendo de
esta forma la mayor circulación de nuestras elites políticas.
BIBLIOGRAFIA
- Hirschman, Albert O. 1996. “Los conflictos sociales
como pilares de la sociedad de mercado democrática”, en
Revista Política Nº 1, Primer Semestre. Barcelona. Pág.
95
- Huneeus, Carlos. 1998. Malestar y desencanto en Chile. Legados del
autoritarismo y costos de la transición. Programa de Estudios
Prospectivos PEP. Papeles de trabajo Nº 63 Corporación Tiempo
2000. Noviembre. Pág. 38.
- Jackisch, Carlota. 1997: “Representación democrática
y sistemas electorales”, en Carlota Jackisch (compiladora) Sistemas
electorales y sus consecuencias políticas. CIEDLA. Buenos Aires,
Argentina. Pág. 20-21
- Lechner, Norbert 1992. El debate sobre Estado y mercado. FLACSO. Documento
de trabajo. Serie: Estudios Políticos Nº 19. Marzo.
- Lechner, Norbert. 1993. “Las sombras del mañana”.
Colección Estudios CIEPLAN. N· 37. Santiago de Chile.
Junio. Pág. 74.
- Paramio, Ludolfo. 1996. “La sociedad desconfiada”, en
Revista Leviatan. Invierno. Nº 66, 2ª época Págs.
104 a 114.
- Sokoloff, Kenneth L. 2003. “La evolución de las instituciones
electorales en el Nuevo Mundo: una visión preliminar”.
Revista Instituciones y Desarrollo. Nº 14-15. 10 Diciembre.
- Tironi, Eugenio. 1998. Revista Que Pasa. 11 de abril.